miércoles

EL DOLMEN DE AGUILAR DE ANGUITA: LO EXCEPCIONAL QUE CONFIRMA UNA REGLA

Publicado en la revista "Por Cuenta Propia" de Azuqueca de Henares, en octubre de 2006



Desviándonos en Alcolea, dirección Carretera Nacional 211, camino de Maranchón, se encuentra el pueblo de Aguilar de Anguita, pueblo pequeño pero encantador, ya que conserva uno de los vestigios humanos más antiguos de nuestra provincia.
Excavado por el Marqués de Cerralbo en el año 1912, fue de nuevo objeto de trabajos arqueológicos en 1973. Desde entonces y hasta nuestros días una “cerca” en medio de un sembrado es lo único que lo contempla.No es fácil de localizar, ya que se debe seguir el camino hacia la Ermita de la Virgen del Robusto, a la salida del pueblo, en el paraje denominado como Portillo de las Cortes, para dar con él. Pero cuando hablamos en el título del artículo de “excepcional”, no lo hacemos solo por la dificultad para dar con él, sino que lo hacemos porque es el único resto arqueológico que tenemos en nuestra provincia del Megalitismo, lo cual es una gran suerte ya que la Cultura Megalítica, introducida en la Península hacia el IV Milenio a.C., se extendió por el sur, por el oeste y por la franja norte de la Península, dejando un extenso vacío en el centro y en el este de la misma. Caracterizada por la realización de construcciones con grandes piedras como el menhir, el dolmen o el crónlech, la Cultura Megalítica se identifica también con la introducción en la Península del uso del metal. Cuando intento enseñar, como profesor en el Instituto, qué características tienen los monumentos megalíticos, rápidamente recurro a la imagen del famoso personaje de cómic Obelix, que porta a su espalda un menhir.
Evidentemente debemos señalar que eso es un anacronismo, ya que los galos fueron un pueblo bastante más tardío en el tiempo, pero es algo que me sirve para decir que un menhir son grandes piedras colocadas de forma vertical en el suelo, que cuando sustentan una enorme losa horizontal se convierten en un dolmen, y si a su vez están colocadas formando un gran círculo se convierte en un crónlech. Concretamente el dolmen era un monumento de tipo funerario, ya que se utilizaba como cámara sepulcral, con un pasillo o corredor cubierto por una gran losa o un conjunto de ellas, que desembocaba en una cámara circular. En numerosas ocasiones el dolmen se cubría por entero de tierra, formando así un gran túmulo o colina artificial. Los restos encontrados en las excavaciones realizadas en el Dolmen de Aguilar, también llamado Dolmen de “La Cerca”, demuestran que fue uso de enterramientos, ya que han aparecido restos humanos y de ajuar que corroboran esta teoría, frente a otras teorías que hablan del uso como “lugares mágicos” por las gentes megalíticas de estos monumentos.
Ahora bien, ojalá se tratara a estos grandes monumentos como un lugar mágico, o incluso sagrado como se nos quiere dar a entender en la películas sobre el Rey Arturo o en las leyendas de los pueblos celtas, ya que si fuera así el marketing o las ansias de hacer negocio y capital por algunos hubieran asegurado el interés por su conservación y por su divulgación, rebasando con creces las instalaciones que ahora lo protegen, una cerca oxidada repleta de agujeros que invita a las inclemencias temporales o vandálicas a destrozar lo que queda.
Es ante situaciones como esta donde nos vemos obligados a decir que una “excepción” como es encontrar un dolmen en la provincia de Guadalajara se convierte en una “regla”, la de que a mayor importancia para nuestro Patrimonio Histórico y Cultural, menos atención e inversión.

martes

TRAS LA CAZA DEL MAMUT: "DE LOS CASARES A LAS CIÉNAGAS DE AMBRONA"

Publicado en "Por Cuenta Propia", Azuqueca de Henares, mayo de 2009
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“…los mamuts lanudos estaban bien adaptados al rudo clima periglacial de su frío entorno. Sus gruesas pieles estaban protegidas por un forro denso de pelos suaves y una cubierta de pelos ásperos, largos, de un moreno rojizo... Además…. El frío había provocado también modificaciones en su estructura física. Eran compactos en relación con los demás de su especie y medían un promedio de 3 m. de alto hasta la cruz. Sus enormes cabezas… se erguían por encima de los hombros en forma de cúpula puntiaguda... Pero lo más impresionante eran sus largos colmillos arqueados…”

Jean M. Auel, “El clan del Oso Cavernario”


La descripción que Jean M. Auel nos brinda sobre la realidad física de un mamut es digna de impresión, aunque seguro que no tanto como la visión real que cualquiera de los cazadores del clan de Los Casares podía haber llegado a experimentar antes de iniciar una cacería. Evidentemente y ante tal estremecedor animal, debemos borrar de nuestras mentes aquellas imágenes anquilosadas de valientes individuos que, ataviados con pieles que dejaban al desnudo parte de su torso, empuñaban una lanza y se lanzaban al ataque frontalmente y sin vacilar. Espero que, desde el final de esta lectura, ya nadie dude de lo irracional que sería afrontar la cacería de un gran paquidermo de ese modo.
Avisada nuestra conciencia, lo más fácil sería comprender que las sociedades de cazadores-recolectores prehistóricas utilizarían todo su ingenio para poder paliar la necesidad de subsistencia durante una larga temporada. Concretamente, la época en la que estos extintos animales pastaban por nuestra provincia, coincidiría climáticamente con un periodo de recrudecimiento glacial a finales del Pleistoceno que, circunstancialmente, convertiría a la Meseta en un área geográfica propicia para la migración otoñal no solo de los mamuts, sino también de otras especies de grandes mamíferos como el rinoceronte lanudo, que se dirigirían hacia el sur de la península, huyendo del frío del área cantábrica. Sin embargo, junto a las extensas formaciones de estepa y tundra, se crearían grandes humedales causados por intensas lluvias, que empaparían la parte más superficial del suelo, formando ciénagas y zonas pantanosas en las que un mamut de talla media quedaría atascado, resultando alimento fácil para los carroñeros.
La distancia actual entre las poblaciones de Riba de Saelices y Ambrona es de 46 kms., distancia que en línea recta no supera los 30-35 kms. Este recorrido, aunque pueda resultar largo para una sola etapa, lo realizaban los cazadores que habitaban entonces la cueva de Los Casares. Cargados con bolsas de pieles repletas de sal, materia muy abundante en la zona de Riba y de Saelices desde tiempos prehistóricos, llegarían a las inmediaciones del vado pantanoso de Ambrona, creando un campamento estacional donde poner a secar y conservar la carne que, resultante de la cacería, trasladarían de nuevo a la cueva. Los prolegómenos de la cacería comenzarían con el estudio de las manadas que bajaban a beber agua. Seleccionada ya la presa, usarían una táctica de caza consistente en espantar y desperdigar a todos los miembros de la manada para evitar el reagrupamiento, bien con el fuego de pastos y antorchas, bien con gritos y golpeos sobre el suelo. Una vez sólo, el mamut elegido sería conducido hasta la ciénaga, quedando atollado en el barrizal. Inmóvil, la bestia podría ser entonces rematada con varias punzadas de lanza, aunque seguramente la fiereza que procede de un animal asustado y atrapado, acabaría con la vida de más de un cazador, batiendo su trompa y colmillos en todas las direcciones en actitud desafiante.
En la actualidad podemos visitar el Yacimiento y Museo Paleontológico de Ambrona (Soria) y comprobar que en tiempos prehistóricos, la práctica de caza y carroñeo en sus ciénagas fue una realidad. Observamos en las vitrinas del museo los numerosos utensilios y restos óseos encontrados en sucesivas excavaciones arqueológicas, llevadas a cabo en la zona desde comienzos del siglo XX. Sobre todo llaman la atención los restos encontrados de la especie de “Elephas Antiquus”, paquidermo de unas dimensiones parecidas a las del mamut. Similar físicamente al elefante actual y mucho más acostumbrado a los periodos más cálidos del interglaciar, documentamos una reproducción impresionante a escala natural y los restos óseos in situ de su yacimiento.

lunes

LAS MINAS DE SILEX DE LUPIANA

Publicado en la revista "Por Cuenta Propia" de Azuqueca de Henares en septiembre de 2007.

En el año 1964 el antropólogo y arqueólogo francés André Leroi-Gourhan creó el concepto científico de Cadena Operativa (chaîne opératoire) aplicada a la tecnología lítica prehistórica. Lo definió como el conjunto de pasos encadenados que se dan en la producción de artefactos líticos, desde la recogida de la materia prima en los lugares donde abunda el material, hasta su abandono, pasando por las diferentes fases de fabricación (generalmente la talla), de su utilización y de su reconstrucción. Con la Cadena Operativa Leroi-Gourhan no solo revolucionó la manera de entender el proceso que trae como consecuencia la fabricación del industrial lítico, sino que demostró que las sociedades prehistóricas eran sociedades estrictamente organizadas, aportando con sus investigaciones los criterios necesarios que necesitaba la Prehistoria, como ciencia, para quitarse de encima el estereotipo de barbarie relacionado con los individuos pertenecientes a las sociedades paleolíticas. Tras Leroi-Gourhan ningún prehistoriador pondrá en duda la capacidad que las tribus de cazadores-recolectores poseían para organizar su clan, repartiendo las diferentes actividades económicas entre sus miembros y estableciendo así sociedades mucho más complejas de lo que se pensaba. Posiblemente una de las actividades más importantes que llevaban a cabo era la extracción del mineral o materia prima necesaria para la fabricación de utensilios. En este sentido no es extraño que allí donde abundaran materiales como el sílex o el pedernal, se formaran verdaderas minas que, aunque superficiales, obligaran ya a tener in situ un asentamiento estacional que cobijara el aparato logístico indispensable para el desarrollo del proceso de extracción.
Situada a unos 7 kms de Lupiana, en el curso de la carretera que parte de la N-320 dirección Valdeavellano, justo en el espolón donde comienza la meseta de Las Majadillas, se divisa el paraje denominado El Castillo, una gran muela o alcarria amesatada que controla la confluencia de los ríos Ungría y Matayeguas. A lo ancho de sus laderas se abren numerosas grietas que han servido a los pastores hasta hace muy poco de refugio para sus ganados, pero que en épocas prehistóricas han debido ser explotadas para la obtención de sílex, mineral del que aun podemos encontrar restos por toda la zona. En ambas vertientes del Castillo se han documentado piezas de talla y numerosos fragmentos de cerámica, algunos de ellos con decoración campaniforme, que nos permiten pensar en la existencia de un poblamiento estacional en época paleolítica, que se prolongaría en el tiempo con toda certeza hasta el Calcolítico y Edad del Bronce. Precisamente muy cerca de allí, ya en el término municipal de Horche, se encuentra la Cueva de La Galiana, concavidad donde se han encontrado restos de cerámicas hechas a mano que demuestran la ocupación de estos parajes por grupos humanos pertenecientes al Bronce Pleno.
Es una verdadera maravilla poder contemplar con nuestros ojos una mina de sílex prehistórica. Y no solo eso, sino que la abundancia que encontramos de este material al visitar el entorno del Castillo nos conduce a la propia práctica de su talla, buscando similitudes, paralelismos o simplemente las sensaciones que experimentaban nuestros antepasados al fabricar las herramientas con sus propias manos. Lector, si no ha tenido ocasión de intentar tallar un canto de sílex, le recomiendo que lo haga, aunque sea por pura actividad lúdica con sus hijos. Verá como no es nada sencillo sacar del núcleo de mineral ni tan siquiera una pequeña lasca, para luego poder planificar un bosquejo de raedera, raspador o punta. ¡Qué nuestros antepasados prehistóricos vivían en un estado de barbarie! Por favor no olvidemos jamás que “somos enanos alzados sobre hombros de gigantes”.

domingo

LA ESCENIFICACIÓN DEL RITO A LA FECUNDIDAD

Publicado en la revista "Por Cuenta Propia" de Azuqueca de Henares, en octubre de 2007


Las mujeres, bendecidas por el anciano que dirige la ceremonia, forman un corro y van danzando al son de los cantos dirigidos a Dios, para pedirle fecundidad:
-¡Oh, Dios, concédeles niños a las mujeres! ¡Oh, Dios, concédenos la vida a nosotras que creemos en ti. La vida danos a nosotras! ¡Acoge a tus hijos sobre tus rodillas. Lleva a tus niños sobre tus espaldas!
¡Oh, Dios, bendícelas a todas!¡ Oh, Dios, concédeles la dulzura de la maternidad!¡Oh, Dios, bendícelas con el perfume de ser madres!¡Oh, Dios, acógenos y métenos en tu vientre!

Olamal Loo Nketuaak, ritual Masai

Cuando hablo de “escenificación” hago referencia a la técnica que un artista del Paleolítico utiliza para representar en la pared, con finalidad docente, una escena natural. El autor usaba las pinturas o grabados como símbolos para comunicarse. Es el arte como lenguaje de comunicación que defienden los estructuralistas y, evidentemente, esto es lo que nos encontramos en la Cueva de Los Casares: toda una serie de grabados realizados con el propósito de enseñar.
Los estructuralistas, como André Leroi-Gourhan, entienden la cueva como una estructura, un gran santuario donde todo lo representado tiene un sentido, un lenguaje, un símbolo. De esta forma los trazados existentes en la boca de la cueva nada tenían que ver con los más recónditos del fondo. Es más, las figuras plasmadas en torno a la entrada o zonas de paso, tenían como función ser vistas y analizadas constantemente por todos los miembros del clan, ya que la tribu solía desarrollar su estancia diaria en las zonas más exteriores de la cueva, adentrándose solo en su interior cuando arreciaba el frío invierno. Por ello no es difícil comprender que los grabados que mayor sentido dan a la interpretación de Los Casares como “Santuario a la Fecundidad” se encuentren en el Seno A, originariamente sala de paso hacia las entrañas de la cueva y que en la actualidad es el lugar más próximo a la abertura natural, taponada con el devenir de los años. ¿Encontraríamos más grabados si excavásemos y descubriésemos la entrada de la cueva? ¡Seguro que con toda probabilidad!
En el panel principal de la Sala A, situado a nuestra izquierda si accediésemos por la entrada original, documentamos un conjunto de figuras, grabadas a punzón y buril, que parecen tener relación conforme interpretamos su lectura. Son un total de cuatro escenas, expuestas de izquierda a derecha, con trazos que en su mayoría son contemporáneos y realizados con la misma herramienta, si atendemos al grosor de su incisión. No obstante, si el lector desea profundizar en aspectos más técnicos y científicos, le invito a leer el estudio que la Agrupación de Amigos de la Cueva lleva a cabo en la obra “Grabados de la Cueva de Los Casares”, publicado por AACHE ediciones, y el libro editado por Rayuela "Investigaciones en las Cuevas de Los Casares y de la Hoz (1934-1941)" de Juan Cabré Aguiló y Mª Encarnación Cabré Herreros. Yo, tan sólo, me detendré a explicar a continuación el significado de cada una de las escenas:

- Escena I o Rito chamánico del coito. Esta escena escenifica un coito entre una pareja de antropomorfos iniciados, presidido por un desproporcionado falo. El antropomorfo masculino gira su cabeza hacia el chamán, cubierto con una máscara de mamut, para seguir las instrucciones propicias a la danza. Hacia la izquierda del chamán aparece un ideado antropomorfo fálico, que bien pudiera derivar de la plasmación del trance chamánico.
- Escena II o Alumbramiento. Tras el coito viene el alumbramiento, señalado por un antropomorfo femenino con línea estomacal abombada, con una dudosa cabeza de antropomorfo minúscula que sale debajo del vientre, acompañado de una figura con forma de vulva totalmente abierta situada a la espalda, todo ello superpuesto a una silueta con forma de yegua preñada.
- Escena III o El Pescador. Una vez llegado el alumbramiento, es función del hombre cuidar de la pareja, cazando o pescando alimentos en el cercano río. El calco representa a un antropomorfo masculino lanzándose, literalmente, de cabeza a un río repleto de peces.
- Escena IV o Rito del Agua y Vida. Cuando el nacido es lo suficientemente mayor, se da paso a un segundo ritual, donde el niño es introducido en el agua, bien para enseñarle a pescar, bien porque el agua simboliza la vida. El grabado representa a la pareja de antropomorfos sumergiendo a su hijo bajo el nivel del río.

La función docente que posee la escenificación de Los Casares está perfectamente clara: nada para el clan es tan fundamental como la supervivencia y la propia reproducción de sus individuos. De ahí la importancia del ritual, por eso señalizar la escena en un lugar estratégico de la cueva, un sitio de paso hacia el interior, frecuentado por todos los miembros. Todavía hoy existen sociedades vivas de cazadores-recolectores con las que podemos trenzar un paralelo etnográfico a la hora de estudiar rituales similares. La tribu africana de los masai, protagonista del texto del principio, es uno de los muchos ejemplos.






LA DANZA DEL CHAMÁN DE LOS CASARES

Publicado en la revista "Por Cuenta Propia" de Azuqueca de Henares, mes de noviembre de 2007.

Superadas las múltiples controversias que prehistoriadores y arqueólogos ofrecen a la hora de interpretar las escenas situadas en el panel central del Seno A de la Cueva de Los Casares, cuando publiqué en los números de Julio y Octubre de la revista "Por Cuenta Propia" dos artículos referentes al Ritual de Fecundidad, no solo pretendía alcanzar en el espectador la capacidad de observar los grabados de una manera diferente, sino que trataba de presentar entonces y de una forma totalmente consciente la aplicación de la teoría neochamánica a la reinterpretación no solo de ese mismo panel, sino también a la figura que es, a mi modo de ver, la más impactante de toda la cueva, el chamán de Los Casares. Imbuido en parte por los estudios que Jean Clottes y David Lewis-Williams han llevado a cabo en su obra “Los Chamanes de la Prehistoria”, adentrándome en una nueva exposición del arte paleolítico, confirmo hoy de una forma científica la base que me induce a pensar que los dos grabados de mamut que aparecen en esa primera escena del ritual, no sólo son representaciones de una máscara que porta un brujo o chamán, sino que describen perfectamente la secuenciación de una escena en movimiento o danza. Si nos fijamos detenidamente en los calcos que Mª Encarnación Cabré realizó cuando excavó la cueva por vez primera junto a su padre, Juan Cabré Aguiló, en la década de 1930, los rasgos humanos del denominado “mamut frontal” o “lanudo” son evidentes, sobre todo si atendemos, por ejemplo, a la plasmación física de sus ojos en el grabado, con proporciones claramente antropomorfas. De igual forma, la cabeza de mamut lateral posee una línea cérvico-dorsal mucho más cercana a la espina dorsal de un hombre que a la de un mamut, indistintamente de que, como afirma la Agrupación de Amigos de la Cueva, sus trazos demuestren no ser contemporáneos, sino más antiguos que los del "mamut frontal" superpuesto. ¿Es posible que el autor del "mamut lanudo" aprovechara la silueta lateral ya grabada, para realizar la escenificación del ritual que deseaba?
Además, en la cueva de la región francesa de Ariège, Le Trois-Frères, propiedad de la familia Bègouën e investigada por el abate Henry Breuil, se documenta un precioso grabado de una leona que parece tener tres cabezas. Eminentemente se debe a la técnica que el artista de Le Trois-Frères aplicó a su grabado a la hora de intentar representar al animal en un gesto de movilidad o giro de su cabeza. ¿Podríamos observar cierto paralelismo técnico en los artistas de Los Casares y Le Trois-Frères a la hora de superar la representación en la pared de una escena de movimiento, duplicando o triplicando la imagen presentada bajo la silueta de distintas posturas?

Desde que, en los últimos años, las teorías totémicas y mágicas aplicadas a la interpretación del arte paleolítico quedaron prácticamente defenestradas con la eclosión del estructuralismo en el arte, preconizado por prehistoriadotes y antropólogos de la talla de Anette Lamming-Emperaire y André Leroi-Gourhan, no se ha vuelto a hablar del arte en piedra como ritual mágico propiciado por brujos o chamanes. Sobre todo fue Leroi-Gourhan quien criticó fuertemente el modo de investigación llevado a cabo hasta entonces basado en los principios de la Escuela Histórico Cultural de Viena y el paralelismo etnográfico. Para Leroi-Gourhan todo prehistoriador que recurriera a la comparativa etnográfica a la hora de dar sentido a sus teorías cometería un grave error, dado que no se pueden comparar las sociedades de cazadores y recolectores actuales con las existentes hace más de 30.000 años. Sin embargo los estudios de David Lewis-Williams sobre el arte chamánico que los Bushmen San pintan en las cuevas y abrigos de los montes Drakensberg , así como la infinidad de manifestaciones artísticas y rituales tan similares que pueblos nómadas de cazadores tan alejados territorialmente poseen, como por ejemplo los masai africanos, los samoyedo avam en Siberia, los nootka de la isla de Vancouver, los aborígenes australianos, los indígenas de Papua Nueva Guinea o los propios indios norteamericanos de las praderas, nos hacen pensar que abandonar algo tan rico y útil como son las “sociedades vivas” para intentar explicar cómo vivían las sociedades prehistóricas europeas, sería evitar de nuevo la obviedad. En este sentido la similitud de los grabados de la danza del chamán de Los Casares en honor a la fecundidad, con danzas de pueblos indígenas actuales o desaparecidos hace relativamente poco, absorbidos o exterminados por la cultura actual, es evidente y, por supuesto, totalmente lícita.

LA CUEVA DE LOS CASARES, "SANTUARIO DE VIDA Y FECUNDIDAD"

Publicado en la revista "Por Cuenta Propia" de Azuqueca de Henares, en julio de 2007.

Comenzaba el tan añorado deshielo. El Clan del Glotón se preparaba para dar la bienvenida al Sol. Los jóvenes sabían que pronto dejarían de serlo y que caminarían hacia la edad adulta. La matriarca, que durante todo el ciclo del hielo se había dedicado a contar historias del pasado, anunciaba a los iniciados que los relatos pronto se harían realidad.
La mañana era espectacular. La joven pareja apenas había conciliado el sueño imaginando la tonalidad de colores que la nieve y el hielo, mezclados con el agua que bajaba por la montaña, se mostrarían a sus ojos, dilatándolos como nunca al estar continuamente acostumbrados a la oscuridad de la cueva. Los primeros rayos de sol empezaban a despuntar con el alba. Quizás era la sensación de intranquilidad, quizás la belleza del momento, o incluso simplemente la costumbre del necesitado contacto para vencer el frío, pero sin saberlo ambos se estaban besando. Sabían que lo tenían prohibido. Si el chamán del clan los descubría, incluso podrían ser expulsados. Pero nada importaba ya. No podían seguir esperando eternamente. La niñez se escapaba instante tras instante. Lo sabían y querían saborearlo todo. Carpe diem.
Volvía el frío polar. Ya era de noche. Sin embargo la pareja estaba acalorada. Sentían vergüenza y orgullo al mismo tiempo. Era una sensación extraña, pero confortable. El Rito de la Fecundidad era un deseo para todos los chicos del clan. Esta noche se consagraría su unión ante el chamán. Esta noche recibirían bautizo en sociedad. Esta noche aportarían su granito de arena a la lucha que la tribu mantenía contra la naturaleza, simplemente por el mero hecho de sobrevivir.
Todo el clan esperaba fuera, impaciente. Los hermosos jóvenes se miraban por un instante. Era su última impresión antes del acto. Después ya nada sería igual. El chamán salió del santuario. Aún no llevaba puesta la máscara del mamut. En la mano portaba un brebaje que olía a hierbas aromáticas. Ordenó a los jóvenes que alzaran sus manos. Ambos bebieron. Ambos volvieron a las tinieblas. La luz del amanecer ya solo era un recuerdo.
Habían visto aquellos grabados una y mil veces, pero hoy presentaban un halo especial. Eran las escenas que la madre de la matriarca había grabado en las paredes de la cueva muchos años atrás, pocos días después de descubrir uno de los símbolos predilectos del Santuario, la Venus auriñaciense, bellísima por sus perfectos trazos de buril y en estado de alumbramiento. Las representaciones, de época solutrense, sumaban un total de cuatro y en su conjunto formaban el denominado Rito de la Fecundidad. Los muchachos hoy sólo rendirían pleitesía a la primera de las acciones. Para las otras tres todavía quedaba una vida.
El chamán se puso la máscara de mamut. ¡Era impresionante! Los chicos ya estaban desnudos. La tenue luz de las teas proyectaba una sombra espeluznante. ¡El mamut era real! ¿Dónde estaba el brujo? De pronto unos cánticos exhortaron a los jóvenes a realizar el acto. Las voces y los sonidos de una melodía percusionista retumbaban por toda la cueva. Era el eco, pero parecía que el mismísimo santuario trataba de comunicarse desde sus entrañas. El brebaje comenzó a guiarles hacia la catarsis; era el místico éxtasis. Jamás se había sentido tan fuerte y tan potente. La deseaba y los ojos de ella parecían decirle lo mismo. La tumbó sobre las ásperas pieles de rinoceronte, en el gélido suelo, y comenzó con el ritual. La penetraba poco a poco, sin prisa, como le obligaban los susurros del chamán; el acto había que realizarlo despacio, para no causar daño a la virgen. Nunca había gozado tanto. La amaba. Pero ella..., ¡ella estaba llorando!
El rito había finalizado satisfactoriamente. Se había aprovechado el ciclo de la Luna y pronto vendría el alumbramiento, igual que el curso que seguían las domesticadas yeguas. Así rezaba el siguiente grabado y así sería por siempre. Cuando los jóvenes salieron, toda la tribu estaba esperando. Ellos abrazaron al hombre. Ellas cobijaron a la mujer. Pero la muchacha seguía sollozando. Mañana él partiría a la caza del mamut, en las ciénagas de Ambrona. Mañana él se enfrentaría a la muerte y muy pocos regresaban. Ella, embarazada, temía por su vida y por la de su hijo. Ella quería que el Rito de la Fecundidad continuara. Deseaba ver a su marido pescar para la recién formada familia. Necesitaba cumplir con la tradición de bañar al bebe en el agua. El agua era la vida. El bebe había recibido la vida de dos jóvenes muchachos que ahora eran adultos. La Naturaleza decidiría sobre conceder o no deseos. El soñar ya no se lo podrían volver a permitir jamás.

EL GLOTÓN DE LOS CASARES: "LA PERLA DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA"

Publicado en la revista "Por Cuenta Propia" de Azuqueca de Henares, en septiembre de 2006

Es triste que tengamos que recurrir a especialistas extranjeros para encontrar reconocimiento alguno a uno de los elementos más importantes de nuestro patrimonio histórico provincial, pero es mucho más triste aún, que a pesar de haber sido foco de uno de los incendios más demoledores de la Historia de nuestro país, la Cueva de Los Casares sea aun desconocida para la inmensa mayoría, no sólo de los españoles, sino también, y esto tiene mayor delito, para la mayoría de los habitantes de la provincia de Guadalajara.
Situada en el término municipal de Riba de Saelices fue el arqueólogo Juan Cabré Aguiló quien ya en 1934 nos dio a conocer una de las más notables colecciones de grabados de Arte Paleolítico que existen en la Península. En sus entrañas esconde figuras, a veces muy reales y otro algo esquemático como es propio de este tipo de Artes, que representan a los hombres y los animales que habitaban nuestra provincia hace más de 22.000 años. Recorriendo sus más de 260 metros de galerías observaremos la mayor representación de antropomorfos, ello es de hombres, que existe dentro del Arte Paleolítico; concretamente una veintena. Estas figuras nos dan pistas sobre los usos y costumbres de los hombres que habitaron nuestra provincia en la conocida Edad de Hielo. Son famosas las representaciones del “Nadador” y de la “Venus de Los Casares”, figuras donde se nos muestra la importancia que el ser humano daba por aquel entonces a la naturaleza y a la fecundidad, convirtiéndolas en sus principales objetos de culto.
Sin embargo lo excepcional de sus grabados es la numerosísima representación de animales, algunos ya extinguidos, que poblaron sus cercanías en una época conocida por el dominio del hielo sobre la tierra. Mamuts, rinocerontes lanudos, grandes felinos, caballos, ciervos, uros, nutrias y hasta un glotón, animal que aún pervive y que podemos encontrar en las regiones más septentrionales del globo, cercanas al Círculo Polar Ártico, aparecen en sus paredes, como si el grabador que las hizo, conocedor de una sabiduría tal que pronosticara la posibilidad de su extinción, hubiese querido mostrárnoslas en exclusividad en un futuro lejano.
Desde luego, uno de los perfiles que más llama la atención del espectador es el del “Glotón”. Esta silueta, situada en el seno C, a escasos centímetros del suelo y en perfecto estado de conservación, es uno de los elementos de la cueva que más líneas de tinta ha hecho correr en los círculos prehistóricos, sobre todo por la polémica que suscita su interpretación. Sin ir más lejos, el catedrático de prehistoria de la Universidad de Alcalá de Henares D. Rodrigo de Balbín, profesor mío durante mis años de facultad y con el que tuve el placer de charlar en los cursos que la UNED ha realizado en Cangas de Onís en el verano de 2007, me afirmaba que esta figuración no es un glotón, sino posiblemente un oso. Incluso, estudios como los que Jesús F. Jordá Pardo y Jesús Ángel García Valero publicaron en 1989 sobre las representaciones de glotón en el arte paleolítico incrementan su importancia, derivada sobre todo de la escasez de figuraciones que se han encontrado de este animal tanto en las paredes de una cueva como impresas en elementos de arte mobiliar del mundo.
En fin, podríamos estar horas y horas decribiendo los abundantes grabados de la Cueva, pero lo que verdaderamente merece la pena es sentir la emoción que uno percive al visitarla. Es como abrir una pequeña ventana en nuestro pasado más lejano y observar a nuestros antepasados envueltos en gruesas pieles, agazapados para protegerse de temperaturas muy inferiores a los 0ºC, acechando cautelosamente a las manadas de gigantescos mamíferos que cruzan el valle, preparados para la emocionante caza que luego contarán a sus hijos y que, ya ancianos, observarán inmortalizados en las paredes de esos “santuarios” que eran sus cuevas.
Te recomiendo pues, lector, que contactes con el señor Emilio Moreno, guía y estudioso de la cueva, que te cites con él de inmediato y que te dejes guiar por sus explicaciones. ¿Qué como puedes hacerlo? Es muy fácil, visita la página Web que la Agrupación de Amigos de la Cueva de los Casares tiene en Internet y allí encontrarás todo tipo de información. Apunta: http://www.usuarios.lycos.es/loscasares. Te aseguro que no te arrepentirás.

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